dimarts, 25 de maig del 2010

El laberinto de venenos

El Alecton intentando capturar un calamar gigante en 1861. (Ilustración sacada de la Wikipedia)

Cansado de tanta holoturia ahora como calamares gigantes. El señor Chang los muestra secos como una colada de cartones tendidos; o metidos en tarros de vidrio para apreciar mejor la viscosidad del monstruo. Su tienda es un laberinto de venenos: un museo de especímenes inmunes al olvido. El moho lo cubre todo, incluso al señor Chang, y le da una apariencia translúcida y verdosa. Le veo rodeado de latas hinchadas, de un ábaco, de barriles y mojando la pluma en el cálamo. Usa una tinta muy espesa, que debe ser tinta de Architeuthis, para garabatear no se sabe qué ni en qué papeles de viejo.
Se diría que ese lugar es un despropósito si no fuera por él –por el señor Chang– y por el olor a rancio de los encurtidos abisales que me atrapa como una ventosa.


dimarts, 11 de maig del 2010

El hermano de mi abuelo materno y el falso frenólogo.


Henry C. Lavery siempre supo que la frenología (del griego: φρήν, fren, "mente"; y λόγος, logos, "conocimiento") era un fraude pero mintió para medrar y porque mentía más que un cretense. En 1931 patentó su famoso Psicógrafo, un ingenio mecánico preparado para ahondar en lo más oscuro de la personalidad [sic] y escrutar los laberintos de la mente [sic].

Construyó 33 ejemplares después de sablear 36.000 $ a un vecino fabricante de papel de lija. Paramédicos, mentalistas y charlatanes le compraron 15; el resto lo alquiló a circos y teatros y según cuentan, incluso a unos grandes almacenes de Wisconsin.
Uno de estos artilugios llegó, no se sabe cómo, a manos del hermano de mi abuelo paterno que era feriante. Ese tío abuelo murciano, buena persona pero ladrón y embustero compulsivo (como Henry), desconocía para qué servía la máquina pues el opúsculo original, con las instrucciones, se perdió en el último traslado. Él sostenía ora que era un transmisor para hablar con los difuntos, ora un crecepelo infalible.
Lo fusilaron los nacionales por la denuncia de un párroco con poca imaginación.
Todo esto lo explico no para dármelas de sabiondo, no, sino porque por casualidades que no vienen a cuento, el maravilloso artefacto del tío abuelo y que no sirve para nada, está en mi poder. Lo voy a tunear en un potente emisor telepático para charlar con extraterrestres.
El próximo día 11 lo llevaré a Montserrat con la intención de alquilarlo a 200 el cuarto de hora.
Si alguien se anima ya sabe.


Imágenes por cortesía de la Henry C. Lavery Fundation, Wisconsin, USA

dilluns, 10 de maig del 2010

Elogio de la caña, desaire al quinto

Si hay algo peor que preferir el quinto a la caña, es beber cerveza en vaso de cubata. Anteponer el quinto es un oprobio, una ignominia que deshonra el paladar, pero beber en vaso largo es de zafios: una grosería. Deberían emascular a todos los dueños de locales donde sirven la cerveza en tales recipientes.
Tomarla en una jarra, vaso o copa adecuada; fresca y bien tirada, dignifica incluso (inclusive) a las cervezas vulgares.
He detectado cierta corriente empeñada en enaltecer el consumo de botellines. Me parecen homúnculos sectarios y con una opinión pueril, poco formada, aunque amaguen su inconsistencia doctrinal en supuestos argumentos ontológicos.

Señoras, señores, la caña engrandece el espíritu, amansa las fieras y refresca el alma. El quinto es escaso, sin espuma y poco varonil.

diumenge, 9 de maig del 2010

Ni lichis ni rambutanes


Ayer fui por primera vez un restaurante japonés porque quería impresionar a una señora de Bilbao y dármelas de cosmopolitismo. Bueno, en realidad se trataba de un chino falso-japonés pero da igual. El camarero era peruano y la carta estaba toda escrita en chino (creo) pero por suerte habían fotos en color. Ella pidió las cosas en japonés y yo pedí al tuntún. Me trajeron unos cilindros negros envueltos en una especie de piel de sapo y rellenos de pepino y cangrejo (el cangrejo también era falso) acompañados de lechuga y jamón de york (que no era jamón sino una cosa que sabe a colonia). Unté el rollito con una pasta verde y lo sumergí en un platillo con salsa de soja. La pasta verde resultó ser un ungüento demoníaco que por poco me hace saltar los ojillos de sus órbitas dejándolos inyectados en sangre como a un ser abyecto y vil en extremo. Me bebí toda la jarrita de saque para apagar el incendio y comí raudo la lechuga para refrescarme. Pero la lechuga era de adorno y cuando me saqué de la boca la hoja de plástico ella se marchó.
Estoy desorientado, perdido y sin saber qué hacer.

Muchas gracias.

P.D. El restaurante de llama “El Panteón Feliz” y está saliendo mucho en los periódicos por asuntos en verdad funestos y desagradables.

divendres, 7 de maig del 2010

Haykú


Miro el mar
Veo espuma
Me voy al bar


diumenge, 2 de maig del 2010

Catálogo de conos

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