dijous, 27 d’octubre del 2011

La tetilla y el tanga



Les ruego disculpen mi desatención. He estado los últimos meses ocupado escribiendo lo que será, estoy seguro, un bestseller: una novela de 800 páginas llena de pasión, sexo, aventuras y sexo. Ya tengo lista la primera frase:


“Salvio Sansón se paso el verano ahorrando para hacerse un pirsin en la tetilla”.


También tengo terminada la última pero me falta todo lo de en medio.

Salvio Sansón es un persona real y me ha dado permiso para usar su nombre que, curiosamente, es el mismo que el de un pintor fallecido recientemente y conocido de mi familia.


En 1983 Salvio Sansón trabajaba de portero en una discoteca de Lloret y me dejaba poner un tenderete para firmar ejemplares de mi libro “Océanos de Baba” que también fue un gran éxito aunque todos los vendí puerta a puerta –y no sólo de discotecas- amén de mi madre que me compró diez de una tacada.


Después de años sin saber de él, me lo encontré a finales de agosto en una playa desnudista de una conocida villa al sur de Barcelona. Mi tieta tiene un apartamento con vistas en ese pueblo y a veces me lo presta. Ella dice que vaya a la playa de la derecha que está llena de familias con niños y radios y plásticos y huele toda a crema solar; pero yo prefiero ir a la de la izquierda que es desnudista pero la gente es discreta, silenciosa y educada. En esa playa sólo hay señores de sexo masculino y mi novia, y esos señores manifiestan su cariño y amor sin tapujos, felices entre las olas. Ya sé que no se dice desnudista pero es que nudista me suena a nudo igual que culinario me suena a culo. A mi novia le gusta ir a esa playa por lo de las vistas, dice. Pero a lo que iba, que me pierdo. Salvio Sansón estaba allí, en el chiringuito, como un adonis con tanga zebrado. Iba con el tanga puesto porque en el chiringuito no dejan enseñar las vistas. Le reconocí al instante. Con esa voz de querubín que parece que no quepa en un corpachón tan grande, me contó que había ahorrado todo el verano para lo del pisrsin en la tetilla. Nos tomamos unos cuantos kir royales, que es lo único que bebo amén del anís, y cuando llegué al apartamento de mi tieta, la idea del pirsin y la tetilla empezó a dar vueltas en mi cabeza hasta tomar forma y convertirse en lo que se convertirá. También hablamos de Abdul, mi nuevo peluquero paquistaní que, casualidades de la vida, comparto con Salvio Sansón. Abdul es punjabí y en su barbería cobra cinco euros por cortar el pelo. A los niños y a mí nos cobra sólo cuatro porque lo que se dice mucho trabajo, no le doy.

Amén.



Yo, en la playa, dibujo.