Abdelaziz tiene una granja de
serpientes venenosas. No las vende; ni siquiera cosecha su veneno para fabricar
antídotos. Lo hace porque lo ha hecho siempre y porque también lo hacía su
padre y el padre de su padre.
Las muestra en la plaza cuando hay
fiestas y en los crepúsculos alegres del ramadán. A él no le pican, dice,
porque las ha visto nacer y las llama por su nombre.
Pero el imán ha puesto a todo el
pueblo en su contra. Le han ido con el cuento de que las serpientes se escapan
por la noche y entran en las alcobas a mamar la leche de las madres primerizas.
Yo no me lo creo. Lo que pasa es que a Abdelaziz nunca lo han visto rezar y eso,
en estos tiempos que corren, no se
tolera.
tolera.
…