dimecres, 23 d’abril del 2008

El pintor que aplaudía atardeceres.

La mañana en que murió cortaron TODAS las flores de los Jardines de Aranjuez. Miles y miles de flores de un jardín esplendoroso de comienzos de junio abarrotaron la habitación, los pasillos y la entrada del hotel en que velaron su cadáver. Uno de los jardineros se pasó toda la noche llorando abrazado a sus pies. "No quedó una sola de sus flores que no lo fuera a despedir". Escribió su hija años más tarde.

Siendo joven, acompañado de su amigo el pintor Joaquim MIr, iba cada tarde a una cala mallorquina para disfrutar del espectáculo del atardecer. Se quedaban los dos embelesados y pasados unos minutos, se ponían a aplaudir entusiasmados gritando "autor" "autor". Regresaban comentando y gesticulando los detalles como si hubieran asistido a un gran estreno teatral. Imaginad sus barbas al viento y sus rostros tintados de la luz crepuscular.
Dicen que hizo de su vida y de su pintura lo que nunca deben dejar de ser: una forma de amar.

Inés Toledo me lo ha recordado con su comentario en el post anterior. Leí esta historia de Santiago Rusiñol por primera vez en el libro de Vallejo-Nágera Locos egregios y más tarde en la biografía que escribió su hija, María Rusiñol.
Flores e historias. Las suyas, de las mejores.

Voy a estar conectado de forma intermitente y no voy a publicar muchos post ni podré visitaros como hasta ahora. Pero no andaré lejos.
Albert

dilluns, 14 d’abril del 2008

El rojo del ababol

La serie está hecha en una única sesión. El domingo por la mañana.
Clicad para ampliarlas si os apetece.
Va por todos vosotros.




divendres, 11 d’abril del 2008

El sueño de Asbestos, otra historia con Luna.


Asbestos D. Plower tenía el coraje de los que lo han perdido todo y la tenacidad de un soñador. Vagó con su carromato triste en los años de la Gran Depresión vendiendo un inofensivo elixir de la vida. Un brebaje que se convertía a conveniencia, en crecepelo o en ungüento para aliviar el fuego de los forúnculos. De naturaleza bondadosa, no insistía en el engaño y terminaba las jornadas dando afecto a los necesitados o asistiendo a partos del ganado que venían torcidos.
Pero Asbestos D. Plower tenía un sueño, una quimera insensata que contaba con ojos febriles a sus hijos: quería plantar un árbol en la Luna.
Esa visión, que relataba con la convicción de un loco, quedó grabada para siempre en la memoria de sus descendientes como un recuerdo hereditario. Y muchos años después, aunque os parezca increíble y cuando ya nadie se acordaba de Asbestos, su sueño visionario, su quimera, se cumplió.
Aunque no exactamente.
En 1974 a los tripulantes del Apollo XIV se les permitió llevar a bordo algún objeto personal de su elección y el astronauta Stuart Roosa, biznieto de Asbestos y tripulante del Apollo, decidió llevar consigo unas semillas. No para plantarlas, claro, pero sí para exponerlas a la radiación y al vacío de la superficie lunar. Al regresar la misión, las semillas se intentaron cultivar pero sin éxito y Stuart pidió que se las enviaran. Con la perseverancia del bisabuelo consiguió que al cabo de poco las semillas germinaran y se convirtieran en pequeños arbolitos. La extraordinaria noticia voló y los diminutos Árboles fueron trasplantados con gran pompa durante las celebraciones del bicentenario de los Estados Unidos. Hubo una gran demanda y se enviaron ejemplares por todo el mundo: Inglaterra, Francia, Australia y también a España, pero como sucede con tantas cosas, dejó de ser noticia y el mundo olvidó completamente esos pequeños árboles cuyas semillas habían paseado por la Luna.
Hasta hoy.

La segunda parte de esta historia me la contó por primera vez mi gran amigo, notable fotógrafo de naturaleza y poeta jardinero, Ángel Hernansáez y la acompañaba con esta preciosa imagen.
Una vez le pregunté de qué especie se trataba y entonces me contestó con esa voz suya que no permite réplica: "del Árbol de la Luna, coño"

También me contó y aunque es un secreto, que en la Isleta del Moro hay uno.

Entrada dedicada a mi amigo Ángel y a Le Mosquito, que a veces disfruta de mis relatos.

dilluns, 7 d’abril del 2008

el mar de Orán o el Dodecaneso

El oso mentalista y la bailarina mora se abrazan en la isla abandonada.
Les bendice la sonrisa de un obispo feo y las luciérnagas oscuras.
Y el aire es añil, extraño en esa hora en que la noche cambia;
entonces, se acercan a la orilla a increpar al mar, al cielo, a la arena; se emborrachan con espuma tibia y esperan ansiosos a que la luna baje y dibuje sus siluetas plateadas.