dilluns, 9 d’abril del 2012

El fin del mundo me pone de los nervios

San Juan Evangelista escribiendo el «Apocalipsis». Hieronymus Bosch

El Apocalipsis me pone de los nervios. Leo en los periódicos que muchos en América ya están alquilando refugios nucleares y que otros peregrinan a lugares que –predicen–, no sucumbirán al Armagedón. Proliferan los chamanes, los visionarios, los fabricantes de comida liofilizada, los vendedores de boletos para naves espaciales… y todos ganando un montón de dinero menos yo.

Pero lo que de verdad me paraliza ante la remotísima posibilidad, la increíble casualidad que el 21 de diciembre se acabe el mundo, no es la desgracia que muramos todos, sino el pánico a que los que se salven sean todos y sin excepción unos gilipollas.


11 comentaris:

nomesploraria ha dit...

Me acordé de este cuento de G.G.M. “Algo muy grave va a ocurrir en este pueblo”

Imagínese usted un pueblo muy pequeño donde hay una señora vieja que tiene dos hijos, uno de 17 y una hija de 14. Está sirviéndoles el desayuno y tiene una expresión de preocupación. Los hijos le preguntan qué le pasa y ella les responde:
-No sé, pero he amanecido con el presentimiento de que algo muy grave va a sucederle a este pueblo.
Ellos se ríen de la madre. Dicen que esos son presentimientos de vieja, cosas que pasan. El hijo se va a jugar al billar, y en el momento en que va a tirar una carambola sencillísima, el otro jugador le dice:
-Te apuesto un peso a que no la haces.
Todos se ríen. Él se ríe. Tira la carambola y no la hace. Paga su peso y todos le preguntan qué pasó, si era una carambola sencilla. Contesta:
-Es cierto, pero me ha quedado la preocupación de una cosa que me dijo mi madre esta mañana sobre algo grave que va a suceder a este pueblo.
Todos se ríen de él, y el que se ha ganado su peso regresa a su casa, donde está con su mamá o una nieta o en fin, cualquier pariente. Feliz con su peso, dice:
-Le gané este peso a Dámaso en la forma más sencilla porque es un tonto.
-¿Y por qué es un tonto?
-Hombre, porque no pudo hacer una carambola sencillísima estorbado con la idea de que su mamá amaneció hoy con la idea de que algo muy grave va a suceder en este pueblo.

Entonces le dice su madre:

-No te burles de los presentimientos de los viejos porque a veces salen.
La pariente lo oye y va a comprar carne. Ella le dice al carnicero:
-Véndame una libra de carne -y en el momento que se la están cortando, agrega-: Mejor véndame dos, porque andan diciendo que algo grave va a pasar y lo mejor es estar preparado.
El carnicero despacha su carne y cuando llega otra señora a comprar una libra de carne, le dice:
-Lleve dos porque hasta aquí llega la gente diciendo que algo muy grave va a pasar, y se están preparando y comprando cosas.
Entonces la vieja responde:
-Tengo varios hijos, mire, mejor deme cuatro libras.
Se lleva las cuatro libras; y para no hacer largo el cuento, diré que el carnicero en media hora agota la carne, mata otra vaca, se vende toda y se va esparciendo el rumor. Llega el momento en que todo el mundo, en el pueblo, está esperando que pase algo. Se paralizan las actividades y de pronto, a las dos de la tarde, hace calor como siempre. Alguien dice:
-¿Se ha dado cuenta del calor que está haciendo?
-¡Pero si en este pueblo siempre ha hecho calor!
(Tanto calor que es pueblo donde los músicos tenían instrumentos remendados con brea y tocaban siempre a la sombra porque si tocaban al sol se les caían a pedazos.)
-Sin embargo -dice uno-, a esta hora nunca ha hecho tanto calor.
-Pero a las dos de la tarde es cuando hay más calor.
-Sí, pero no tanto calor como ahora.
Al pueblo desierto, a la plaza desierta, baja de pronto un pajarito y se corre la voz:
-Hay un pajarito en la plaza.
Y viene todo el mundo, espantado, a ver el pajarito.
-Pero señores, siempre ha habido pajaritos que bajan.
-Sí, pero nunca a esta hora.
Llega un momento de tal tensión para los habitantes del pueblo, que todos están desesperados por irse y no tienen el valor de hacerlo.
-Yo sí soy muy macho -grita uno-. Yo me voy.
Agarra sus muebles, sus hijos, sus animales, los mete en una carreta y atraviesa la calle central donde está el pobre pueblo viéndolo. Hasta el momento en que dicen:
-Si éste se atreve, pues nosotros también nos vamos.
Y empiezan a desmantelar literalmente el pueblo. Se llevan las cosas, los animales, todo.
Y uno de los últimos que abandona el pueblo, dice:
-Que no venga la desgracia a caer sobre lo que queda de nuestra casa -y entonces la incendia y otros incendian también sus casas.
Huyen en un tremendo y verdadero pánico, como en un éxodo de guerra, y en medio de ellos va la señora que tuvo el presagio, clamando:
-Yo dije que algo muy grave iba a pasar, y me dijeron que estaba loca.


GABRIEL GARCÍA MARQUEZ.

la desanchá ha dit...

San Juan no tiene cara de estar escribiendo el Apocalipsis.

nomesploraria ha dit...

A mí lo que me parece sospechoso es que el libro ya esté escrito. Sólo tiene un poco de espacio en la página de la izquierda. Qué raro era el zagal.

la desanchá ha dit...

Pa mí que se lo está dictando el ectoplasma que hay encima de la roca.

liuva ha dit...

En mi condicionamiento pavloviano avanzado cada vez que leo/oigo “apocalipsis” empiezo a salivar y me imagino helicópteros volando sobre mi cabeza. Oigo la Cabalgata de las Walkirias y los helicópteros cargando con los altavoces a tope contra una aldea vietnamita. Masacre. Masacre hermosa, sin duda.

Dicen que el rey Luís II de Baviera se volvió loco oyendo a Wagner. No me extraña. La música de Wagner es tan ruidosa que hasta Oscar Wilde dijo de ella “Me gusta la música de Wagner más que cualquier cosa. Es tan ruidosa que se puede hablar todo el tiempo sin que los demás se enteren de lo que decimos.” Parece como si la música de Wagner estuviera hecha para cosas malvadas. A Hitler también le ponía como una moto escuchar su música. La escuchaba siempre antes de tomar decisiones horrendas.

Para mí que cuando San Juan escribió el Apocalipsis ya existía la arpía música wagneriana sino no se explica la maldad de su texto.

liuva ha dit...

No me gustaría que se acabara el mundo sin que alguien me respondiera a una pregunta que se me planteó cuando leí “El guardián entre el centeno” de JD Salinger. Al jovencito protagonista del libro era lo que más le inquietaba, a y mí desde entonces también.

¿Alguno de ustedes sabe por casualidad adónde van los patos de Central Park en invierno cuando el lago se hiela? ¿Viene alguien a llevárselos a alguna parte en un camión, o se van ellos por su cuenta?

¡Ay! Veo patos por todas partes, oigo helicópteros sobre mi cabeza, Wagner me persigue hasta en la cama. ¡Esto es un sinvivir en mí! ¡Que llegue ya el 21 de diciembre, fum fum fum!

nomesploraria ha dit...

Luis segundo se volvió loco discutiendo con su decorador. Señora.

nomesploraria ha dit...

A los patos lo que de verdad les gusta es joder.

nomesploraria ha dit...

Joder por joder. Ya me entiende.

nomesploraria ha dit...

Al ectoplasma que hay encima de la roca lo que de verdad le gusta es joder por joder. Señora.

liuva ha dit...

Usted dice eso de los patos porque cuando ve un pato realmente no está viendo un pato sino lo que ve es un montón de foie gras del bueno. A usted lo único que le interesa del pato es el hígado, señor.

Los patos son importantes. Y no sólo los de Central Park. Una de las mejores series de todos los tiempo, Los Soprano, tiene un principio patuno. Tony Soprano se vuelve medio majareta con unos patos que un día aparecen en su piscina, se mete en albornoz en el agua para cuidarlos, pero un día los patos desaparecen, y Tony Soprano se desmaya y tiene que ir a la Psiquiatra. A partir de ahí, seis años de excelentes películas.

Yo un día fui a Central Park para ver los patos, pero no estaban. Tengo que volver antes del 21 de diciembre.