La mañana en que murió cortaron TODAS las flores de los Jardines de Aranjuez. Miles y miles de flores de un jardín esplendoroso de comienzos de junio abarrotaron la habitación, los pasillos y la entrada del hotel en que velaron su cadáver. Uno de los jardineros se pasó toda la noche llorando abrazado a sus pies. "No quedó una sola de sus flores que no lo fuera a despedir". Escribió su hija años más tarde.
Siendo joven, acompañado de su amigo el pintor Joaquim MIr, iba cada tarde a una cala mallorquina para disfrutar del espectáculo del atardecer. Se quedaban los dos embelesados y pasados unos minutos, se ponían a aplaudir entusiasmados gritando "autor" "autor". Regresaban comentando y gesticulando los detalles como si hubieran asistido a un gran estreno teatral. Imaginad sus barbas al viento y sus rostros tintados de la luz crepuscular.
Dicen que hizo de su vida y de su pintura lo que nunca deben dejar de ser: una forma de amar.
Inés Toledo me lo ha recordado con su comentario en el post anterior. Leí esta historia de Santiago Rusiñol por primera vez en el libro de Vallejo-Nágera Locos egregios y más tarde en la biografía que escribió su hija, María Rusiñol.
Flores e historias. Las suyas, de las mejores.
Voy a estar conectado de forma intermitente y no voy a publicar muchos post ni podré visitaros como hasta ahora. Pero no andaré lejos.
Albert